La poesía española del exilio interior y otros ensayos

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El origen de este pequeño libro no es otro que el ensayo que da título al mismo: “La poesía española del exilio interior”. Me he puesto –no lo niego– a escribir acerca de un hecho histórico en el que me siento partícipe, profundamente partidista; así lo reconozco. Pero esas marcadas connivencia y complicidad con los poetas del “exilio” no me estorban. El exilio fue consecuencia del régimen de represión instaurado en 1939, y es complicado buscarle una fecha de caducidad; desde luego, la frontera no cabe situarse –de modo reductivo– en 1975, pues, como dice Paul Illie en su libro Literatura y exilio interior (edit. Fundamentos, Madrid, 1981, pág. 270.), la mentalidad exílica “consigue a través de las generaciones y de las líneas políticas invadir el lenguaje, lo que equivale a decir, la percepción misma”.

Descripción

Primera edición: mayo, 2017

Número de páginas: 160

Encuadernación rústica con solapas

Tamaño: 13.8*21 cm.

D.L.: TO 476-2017

ISBN: 978-84-947157-7-8

Autor: Manuel Lacarta

Comentario: El origen de este pequeño libro no es otro que el ensayo que da título al mismo: “La poesía española del exilio interior”. Me he puesto –no lo niego– a escribir acerca de un hecho histórico en el que me siento partícipe, profundamente partidista; así lo reconozco. Pero esas marcadas connivencia y complicidad con los poetas del “exilio” no me estorban. El exilio fue consecuencia del régimen de represión instaurado en 1939, y es complicado buscarle una fecha de caducidad; desde luego, la frontera no cabe situarse –de modo reductivo– en 1975, pues, como dice Paul Illie en su libro Literatura y exilio interior (edit. Fundamentos, Madrid, 1981, pág. 270.), la mentalidad exílica “consigue a través de las generaciones y de las líneas políticas invadir el lenguaje, lo que equivale a decir, la percepción misma”. Mi hipersensibilidad acerca de este asunto no es reciente; incluso yo, en menor medida que otros: los que padecieron la guerra del 36 y los años inmediatos a la posguerra, he sufrido esos síntomas del que vive en propia casa su encierro bajo sospecha y en un ambiente intelectual de clandestinidad y asfixia. Quienes no éramos cómplices o compinches de la larga dictadura de Franco, que aisló durante décadas a España de su entorno cultural más inmediato –Europa–, ignorábamos las prebendas de los acérrimos franquistas y las de aquellos indiferentes a los que, con cierta socarronería, se les llamó siempre sotto voce “pancistas”. En mi caso, pasé de ser no franquista a sentirme antifranquista con una pasmosa naturalidad, fruto –creo ahora– de la cerrazón y del “no a todo” de aquella pacata dictadura, que obraron en mí como un fuerte revulsivo, un catalizador. España había levantado su gran muralla contra el caos: los marxistas, los masones, los ateos, los librepensadores, los demócratas, los liberales, los homosexuales, las feministas…; y cualquier muro, es obvio, encierra por separado lo de “dentro” y lo de “afuera”, a los de adentro y a los de fuera. ¿Qué ocurría aquí con quienes nos sentíamos foráneos? El exilio fue una irregularidad que dejó una sustanciosa marca de disidencia en la literatura; pero, sobre todo, condenó al silencio a un número indeterminado de posibles escritores, de los que en buena lógica no sabemos; constituye un hecho, por desgracia, no mensurable. Al enfrentarme al tema del exilio interior en la poesía española, no he podido evitar que mi relación personal –en casos afectuosa– con quienes nombro me produzca un pellizcamiento extraño, un sobrecogimiento del corazón. Me cuesta sobremanera verlos entonces y tan próximos; con dificultad, los relaciono con esa larga intrahistoria de penalidades, de apencar con lo que se viene encima, de ser –también en la Literatura– los vencidos. En ningún momento he pretendido hacer un largo trabajo en el que, entre otras cosas, cabría –¿por qué no?– perderme en ese totum revolutum que es buscarle una idiosincrasia española a la diáspora y al confinamiento interior. El tema nos llevaría lejos y, desde luego, nuestro más insigne exiliado en España lo fue ya Cervantes; sobre Miguel de Cervantes le pirraba hablar exhortándome a la integridad, la honradez, el esfuerzo…, a Ramón de Garciasol, quien hacía del alcalaíno crisol de todas las virtudes humanas y literarias   –véase su libro Claves de España: Cervantes y el “Quijote”–. En la poesía del exilio interior, cuya realidad transcurre pareja a la de la novela del exilio interior, fueron importantes las revistas literarias y algunas antologías de marcado carácter generacional. Cierto en cuanto a las primeras que yo he reducido el enfrentamiento entre poetas oficiales y poetas del exilio interior, “arraigados” y “desarraigados”, a la pugna entre Garcilaso –revista del Régimen– y Espadaña –revista de oposición, de disidencia– y que en lo tocante al repertorio de los poetas engagées me he fijado fundamental-mente en la Antología consultada de la joven poesía española –del año 52–, donde se aprecia con claridad la apuesta por una línea rehumanizadora, junto con la imprescindible Poesía social de Leopoldo de Luis –de 1958–, en la que se percibe el agotamiento de la tendencia social. No sé si he destacado cuanto debiera la importancia del postismo, una tercera vía frente a los poetas “arraigados” y los poetas “desarraigados” que se convirtió muy pronto en poesía silenciada, malquista por unos y por los otros; el efímero postismo, le pese a quien le pese, representó singularmente en la posguerra la última literatura de vanguardia.

“Vida y aventura de la Escuela de Vallecas” se complementa con el anterior, “la poesía española del exilio interior”; uno y otro ensayo casan entre sí, se percibe en ellos su contigüidad, aunque en el segundo abordo no aspectos literarios sino dos intentos, creo que poco exitosos, por dar una respuesta al vacío artístico de Madrid: en el último tramo de los años 20 –durante el final de la dictadura de Primo de Rivera– y en la inmediata posguerra –en los albores de la dictadura de Franco–.

“Cómo es qué en la literatura” completa los dos anteriores capítulos del libro. Soy consciente de que su tono es otro –más aforístico, si cabe– y, si lo he puesto en primer lugar, la razón es la de verlo como una especie de pórtico, un portal para empezar después a ser concreto, mirar dentro con algún detalle. (Manuel Lacarta. Fragmentos de la introducción)

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